Conversaba con ella y las horas pasaban más rápido. Me traía su tiempo, y lo deshojaba para mí. Eran historias, pero también maneras de decir; palabras especiales, frases en desuso. Una manera de ver el mundo al borde de la extinción; la memoria jugando con el precipicio sabiendo de ante mano, que tarde o temprano… terminará por caer.
Será ilusión, mas solo en la memoria, realidad y ficción se tienden las manos.
Ese día hablábamos de algo que a ella le costaba trabajo entender… algún concepto moderno como realidad virtual o relaciones libres. Algo que dijo me hizo pensar que yo también podía acercarla a sus años; los años que ella recordaba: con sus dichos y cosas obvias, con lo indiscutible de entonces y no lo siempre discutible de hoy.
Imité su propia voz para leer las cartas y la acerqué a su tiempo con un poco de magia. Las cartas guardaban la semántica de su infancia, y el fluir de sus significados, lo más familiar… lo conocido y olvidado.
Sonreía mientras descansaba. La cabeza apoyada en su piel de cordero.
No sabré nunca si la memoria decidió saltar o se dejó caer. Como sea, lo hizo un poco antes de su partida. Yo me quedé con la memoria de su memoria, que también a su debido tiempo decidirá saltar… o se dejará caer.
Aquí comparto las cartas y guardo para mí, esas tardes con ella.