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UN JOVEN FREUD: ENTRE LA LUCIDEZ Y LA NEUROSIS.
marzo 4, 2017|Cartas

UN JOVEN FREUD: ENTRE LA LUCIDEZ Y LA NEUROSIS.

UN JOVEN FREUD: ENTRE LA LUCIDEZ Y LA NEUROSIS.
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De Sigmund Freud a Emil Fluss

Carta sobre el Bachillerato (1873)

Por la noche.
Viena, 16 de junio de 1873

Querido amigo,

Si no temiese escribir la majadería más abyecta de nuestro siglo majadero, con toda razón podría exclamar: ¡El Bachillerato ha muerto; viva el bachillerato” Pero este chiste me gusta tan poco que preferiría haber pasado ya también por el segundo bachillerato.

Después del examen escrito, desperdicié toda una semana preso de secretos remordimientos y de angustias,  solo desde ayer estoy en camino de recuperar el tiempo perdido y de rellenar mil y un lagunas harto antiguas. Usted, por supuesto, nunca quiso escucharme cuando yo me acusaba de pereza, pero creo que hay algo de cierto en ello y, a fin de cuentas, soy yo quien mejor debe saberlo.

Su curiosidad por tener noticias de mis exámenes habrá de darse por satisfecha con unas pocas sobras frías, pues llega demasiado tarde, concluida ya la comida y levantada la mesa. Desgraciadamente, ya no puedo ofrecerle una patética descripción de todas las esperanzas y vacilaciones, del desconcierto y del júbilo, de las luces que repentinamente se le encienden a uno y de los inexplicables golpes de suerte que se comentan “entre colegas”: para todo eso, el examen escrito ha perdido ya demasiado del interés que tenía para mí. Quisiera escatimarle los resultados, se entiende que tuve ya suerte, ya desgracia; en ocasiones tan importantes, la benévola providencia y el maligno azar siempre meten baza. Ocasiones como estas, no se ajustan al común suceder de las cosas. En suma, ya en las cinco pruebas obtuve calificaciones de sobresaliente, bueno, bueno, bueno, suficiente. En cuanto a fastidioso, bien que lo fue.

En latín nos dieron un pasaje de Virgilio, que casualmente había leído, cierto tiempo atrás, por mi cuenta; eso me indujo a hacer el trabajo precipitadamente, en la mitad del tiempo prescrito, malográndome de tal modo el distinguido. Así, otro sacó esa nota, y mi trabajo fue el segundo con “bueno”. La traducción del alemán al latín parecía muy fácil, pero en esa facilidad residía su dificultad: empleamos solo la tercera parte del tiempo en hacerla, con la consecuencia de que fue un vergonzoso fracaso, o sea, suficiente. Otros dos examinandos alcanzaron solo a bueno. La prueba de griego, para la que dieron un pasaje de 33 versos del Edipo Rey, salió algo mejor: bueno; el único bueno que hubo. También este pasaje lo había leído por mi cuenta, sin ocultar tal circunstancia. El examen de matemáticas que habíamos enfrentando temblando de pánico, fue un éxito completo; anoté bueno porque todavía no conozco la calificación definitiva. Por fin anotaron un sobresaliente a mi prueba de alemán. Tratábase de un tema eminentemente moral – “Sobre las consideraciones en la elección de una profesión”-  y yo escribí más o menos lo mismo que dos semanas antes le había escrito a usted, sin que por ello me asignara un sobresaliente. Mi profesor me dijo, al mismo tiempo, y es la primera persona que ha osado decirme tal cosa, que yo tendría eso que Herder tan elegantemente ha llamado un “estilo idiótico” (personal, particular); es decir, un estilo que es al mismo tiempo correcto y característico. Quedé maravillado como corresponde por ese hecho increíble, y me apresuro a difundir a los cuatro vientos un suceso tan feliz, el primero que me ocurre en su especie. Se lo comunico a usted, por ejemplo, que seguramente no se sospechaba que ha estado carteándose con un estilista de la lengua alemana. Ahora, empero, se lo aconsejo como amigo – no como parte  interesada -: consérvelas, átelas, guárdelas bien, que nunca se sabe!…

He aquí mi querido amigo, las pruebas escritas de mi bachillerato. Deséeme usted metas más vastas y éxitos más puros y rivales más fuertes y afanes más serios: cuanto podría deseárseme sin que el resultado mejorara ni en un ápice! Si el bachillerato fue fácil o difícil: no atino a decirlo en términos generales; admita usted que fue cómodo.

Estuve ya dos veces en la exposición. Hermoso; pero no me subyuga ni me maravilla. Mucho de lo que a otros debe gustarles, ante mis ojos no sale bien parado, pues no soy ni esto ni lo otro, ni soy en realidad, nada muy a fondo.

Así, sólo me cautivaron los objetos de arte y los efectos generales. No pude encontrar allí una vasta imagen coherente de la humana actividad, como esas láminas pretenden representarla, tal como en un herbario tampoco alcanzaría a distinguir los rasgos de un paisaje. En suma, nada más que una exhibición de ese mundo espiritual, incauto e irreflexivo, que por otra parte también es el que acude a verla. Después de mi “martirierato” (así deformamos entre nosotros el bachillerato) pienso ir allí días tras día. Es divertido y distrae. ¡Además puede uno estarse allí tan maravillosamente solo, en medio del gentío!.

Naturalmente, le escribo todo esto con pura intención aviesa, para recordarle cuan problemático es que usted llegue a ver estas maravillas y cuán dolorosa le resultará la partida, si llega a venir pronto, pues puedo identificarme perfectamente con su estado de ánimo. Dejar la hermosa comarca natal, los seres queridos, los bellos alrededores, esas ruinas en la más próxima cercanía, me detengo; si no, me pondría tan triste como usted. Es usted quien mejor ha de saber lo que dejará tras sí. Apuesto a que no pondría ningún reparo si a su futuro jefe se le ocurriera arrancarle dentro de un mes a las felicidades de su tierra. Ay Emil ¿Por qué será usted un judío tan prosaico? En situaciones semejantes a la suya, más de un joven artesano de fervor cristiano – germánico se echaría a componer las más hermosas de las canciones.

En cuanto a mis “preocupaciones por el futuro”, las toma usted demasiado a la ligera. Con sólo temer a la mediocridad, ya se está a salvo: he aquí el consuelo que usted me ofrece. Mas yo le pregunto: ¿A salvo de qué? ¿No sé estará a salvo en la certeza de no ser un mediocre? ¿Qué importa lo que uno tema o deja de temer? ¿Acaso lo más importante no es que las cosas sean efectivamente como tememos que sean? Es evidente que también espíritus mucho más fuertes se han sentido presos de dudas acerca de sí mismos;  ¿será por eso un espíritu fuerte todo aquel que ponga en duda sus propios méritos? Bien podría ser un pobre de espíritu, aunque al mismo tiempo fuese, por educación, por costumbre o quizás por el mero afán de atormentarse, un hombre sincero. No pretendo pedirle que desmenuce implacablemente sus sentimientos cada vez que se encuentre en alguna situación dudosa. Pero si llegara a hacerlo vería cuan poca certeza encuentra en usted mismo. Lo maravilloso del mundo reposa precisamente en esta multiplicidad de las posibilidades: lástima que sea un terreno tan poco sólido para conocernos a nosotros mismos.

Si usted no alcanza a comprenderme – pues estoy reflexionando con una filosofía un tanto somnolienta no haga caso alguno de mis pensamientos. Desgraciadamente, no pude escribirle de día; dentro de veintitrés días llegará por fin ese día, el más largo de los días, ese día en el cual… etcétera. Dado que en este breve tiempo debe meterme dentro la sabiduría a paladas, no me queda menor esperanza de poder escribir cartas inteligibles. Me consuelo pensando que a fin de cuentas, no se las escribo a un entendimiento común, y me despido de usted con toda clase de esperanzas.

Suyo.
Sigmund Freud.

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