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DE COSAS QUE APRENDÍ
marzo 6, 2018|Random

DE COSAS QUE APRENDÍ

Tiempo de lectura: 2 minutos

My hands are of your colorbut I shame to wear a heart so white.

Macbeth- Shakespeare

 

No me olvido el día que Rosi entró por esa puerta. No, no me olvido.

 

La tarde anterior, algunos compañeros se reunían en torno a la mesa redonda, la de paño verde. Conversaban animados y reían. Traían de otras horas, una broma con historia, historia que yo desconocía. Un “private joke”. Ninguna preocupación a la vista, nada que objetar, nada que callar. El tiempo detenido por el mismo presente, exigiendo estar-ahí. Heidegger excluido aún, también sus preguntas.

No sé cuál era mi ensoñación, pero de ella salí cuando alguien me pidió que hiciera lo que yo hice.

Estaba junto al teléfono. Solo debí levantar el tubo; era de aquellos de antes, que pedían paciencia entre un dígito y el siguiente.

Ya del otro lado de la línea, un contestador automático me decía: “Somos Radio Cielo, 92.1, líder en audiencia. Dejanos tu mensaje después de la señal”.

Miré a mis compañeros – en ese momento mis superiores – para que ordenaran. Y obedecí. “Un saludo para Roxana Aurelia Salomón, con todo cariño de Evaristo Emiliano Arévalos”.

Escuché risas, probablemente también reí. Y volví a mis ensoñaciones; a un cigarrillo, tal vez.

Me abrigué al salir, el sol ya no estaba y el frío se hacía sentir.

Por la mañana me abrigué otra vez. Debajo del uniforme, estaba la piel. Desayuno y correr, correr de estar apurados, de que somos muchos para un solo baño, y estamos llegando tarde. Después llegar, y saludar, y formar. Bandera, rezos, y todo eso.

De la clase de geografía no recuerdo nada. Recuerdo lo otro. Lo de antes, y lo de después.

Rosi interrumpió la clase, sus facciones muy ofuscadas, tensas. Lo que al principio fue enojo se tornó llanto.  Soltera y muy sola, la radio era su fiel aliada, su amiga, cálida compañía.

– ¿Quién fue? – Preguntó.

Un silencio bruto y avergonzado cubrió la clase.

Levanté la mano.

Ya en su oficina, lloró desconsoladamente, preguntándome porqué había querido dañarla. Le pedí perdón de todas las formas posibles, intenté explicarle, lo que no tenía ninguna explicación más que la más absoluta pavada. Intentaba decirle que no sabía por qué mis compañeros le hacían bromas a Evaristo, que era una estupidez, que no le de importancia. No había puerta de salida. Si la broma era para él, el agravio era para ella. Inevitablemente. Indudablemente. Indefectiblemente. Mente… mente estúpida la mía. Pensé.

Al volver al aula, la profesora me miró con enorme desilusión.

No es lo mismo lucirlo que tenerlo, pensé. Al corazón de piedra verde. Eso sentí, y así lloré.

Desde entonces me ordeno a mí misma no intervenir en lenguas privadas ni permitir que otros me digan que hacer.

Rosi entendió mi pena, y nos guardamos mutuo cariño. Recibió a mis hijos en la puerta del colegio, como antes me había recibido a mí, con ternura y sin rencores.

Pero yo aprendí… así aprendí.

 

 

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