Otro capricho,
me empujó a los cerros,
yo no sabía,
ya que esperar.
Grata la sorpresa,
al ver lo que él buscaba:
era una alegría,
sin ser felicidad.
A él lo seguí,
sin pensar siquiera,
Por su andar yo supe,
que podía confiar.
Un haz de luz,
dibujaba las ramas,
cuando se apagaba,
lo podía soñar.
Y en el silencio,
el trote inocente,
de un vago recuerdo,
que llevaba un penar.
En la cima…
el descanso,
y en su remanso,
mi despertar.
Fieras salvajes,
no se veían,
sé que se escondían,
en algún lugar.
Me acosté en su lecho,
bajo su cielo.
El corazón afligido,
en su palpitar.
Un meridiano,
surcaba los cielos,
Lo tomé con las manos,
lo quería tocar.
No encontré medida,
que lo describiera,
solo el anhelo,
de volver a empezar.
El aire del cerro,
no es el mismo aire,
que circula en las calles,
que sopla en el mar.
El aire del cerro,
no es el mismo aire.
En el cerro el aire es mío,
El aire es mío…
y de nadie más.