Vivir ardiendo, y no sentir el mal.
Gaspara Stampa
Esa fachada,
la de la niña,
que en su inocencia,
conoce verdad.
No lo ha sido nunca,
y lo ha sido siempre,
era con los ojos,
que podia escuchar.
El rencor quieto,
y la hipocresía,
la maldad en su germen,
la poesía.
El amor callado,
la cobardía,
lo que omite el sabio,
y la osadía.
El hombre;
en el santo.
En la historia:
la porfía.
La tormenta,
y su eco en el cuerpo:
voluptuosa vida,
que hace vibrar.
Que enfría luego,
que lastima los huesos,
cuando se hace pequeña,
la divinidad.
El mundo entero,
girando en su palma,
los ríos fluyendo:
un manantial.
El mundo entero,
latiendo por dentro,
como una infección,
que no tiene piedad.
También la ternura,
y lo tibio del beso,
de quien sin quererlo,
puede mirar.
Primero,
el exilio,
después…
expirar.
(Nacer de nuevo,
queriendo olvidar.)
Corregir el curso,
de un destino incierto,
para poder luego,
vivir,
el soñar.
La niña se ríe,
del pequeño mundo,
la niña se ríe,
sin dejar de llorar.
La niña sabe,
que no es melancolía,
no es melancolía,
ni es felicidad.