El devenir de un hombre,
que despierta sin saber acaso,
un porqué.
Aún dormido, mas ya erguido,
mueve sus manos y
(también),
mueve sus pies.
Recuerda, súbitamente,
que debe llegar,
en una hora precisa,
a un preciso lugar.
Recuerda, y de repente,
que justo él,
no puede faltar.
Firma primero un Tratado de Paz,
Después, siente un hambre, que no saciará.
Abril.
La hoja de otoño,
suspendida en el aire,
vacila,
sin vacilar.
El hombre la mira,
aún sin mirar.
Una voz lo convoca,
donde otras voces,
no quieren callar.
La hoja suspira,
la hoja…
se va.
De vuelta erguido, aún dormido,
Sentado en su lecho,
Vuelve a mirar.
La ventana abierta, enmarca la hoja,
Que ya no vacila, sin vacilar.
Cae ahora,
Sobre la espalda,
Del hombre que barre,
(Aquella vereda),
Una vez más.
Ahora hay un hombre,
Mirando hacia arriba,
Viendo en la ventana,
Al hombre mirar.
– ¿Importa la vida? – uno pregunta
El otro responde – ¿cómo saber?.
– ¿La siente?
– Cada que olvido el deber.
– ¿Cómo lo logra? Insiste el primero.
El silencio fue tan sereno,
Que la hoja al fin,
Terminó de caer.
Confesando un secreto, el otro susurra:
– Descalzo mis pies cuando no hay lluvia.
Cuando llueve,
veo llover.