And I don’t believe in the existence of angels
But looking at you I wonder if that’s true.
Nick Cave and the Bad Seeds, Into my arms.
“Love is a continual interrogation. I don’t know of a better definition of love.”
Milan Kundera, The book of laughter and forgetting
Un sueño, me dio una respuesta: el amor, es un ojo de pájaro. Y es también un ojo de pez.
Hace no mucho tiempo, conversaba con mis hijos, sobre la existencia de dios. Uno de ellos me dijo que creía y no creía a la vez. “Creo pero no creo que creo, o sé que no creo pero creo que si creo”. Algo así fue su respuesta, un tanto enredada.
Leí alguna vez, que la fe, no es otra cosa que tener el coraje de sostener esa duda. (*)
El no sabe si cree o no cree en dios. Yo no dudo, y creo. ¿En dios?
No.
Yo creo en mi niño.
Es difícil educar, y enseñar ciertas cosas sin un marco religioso. Es difícil para mí, al menos, que crecí en una familia religiosa. La fe explica por sí sola, lo que de otra manera es inexplicable y obedece a misterios insondables. Un marco religioso, vuelve más fácil la tarea. Sin embargo, la fe no puede fingirse, ni se transmite por intención. La fe se transmite como creencia, o no se transmite y mi fe, está en otro lado.
Mi fe, está en las personas, que en todo caso, son las que guardan el espíritu del mentado dios. No hay religión que en sus fundamentos lleve implícita la condición del mal, y quizás todas lleven de manera explícita, la noción del bien. Todas las religiones quieren el bien de los hombres y mujeres. Todas las religiones buscan y desean el bienestar de los niños. Lo que varía, en todo caso, es la noción misma del bien.
Me gusta la humanidad, lo esencialmente humano. Lo sensible, los lenguajes del cuerpo. Me gusta la palabra, en búsqueda de su verdad. La palabra errante, siempre derivante. Como esta última palabra que me dice cosas, aunque no esté en ningún diccionario. La palabra sabe adaptarse a la búsqueda, sin pensar que por ello, ha llegado a un destino final; hace de sus intentos magia y reconoce su imposibilidad.
No tengo otra fe, ni profeso religión. Es esta vida la que realmente me importa. Si hay un más allá o no, si mi espíritu es parte de un todo universal o si se irá al infierno por estas ideas paganas, no lo sé. No siento el infierno, ni siquiera siento el mal.
Pertenecer a una religión, ofrece un privilegio, el privilegio de ser parte de algo, de compartir con otros un lazo, un lazo que une en la certeza y la fe. Sin embargo, las religiones no hablan solamente de nuestras creencias, sino de nuestra pertenencia a una comunidad, a una región, incluso a una cultura. Digo cosas obvias, lo sé. Solo para dejar escrito, que nos es más fácil identificarnos con un grupo que identificarnos con una totalidad.
En rigor de verdad, si nos despojamos de aquello que nos ha nombrado, si nos atreviéramos a un segundo nacimiento como proponía Heidegger, nos encontraríamos – probablemente – con un interrogante siempre enigmático, más que con un convencimiento religioso. Una desidentificación en el amplio sentido del término. Un segundo nacimiento, pone en suspenso todas nuestras nominaciones.
No se si exista vida más allá de la Tierra. Digo… vidas similares a las nuestras, con nuestros mismos miedos, nuestras mismas pequeñeces. Si existieran en otros mundos, otros seres pensantes, un buen favor nos harían de aparecerse por aquí, porque solo entonces, quizás podamos ser “uno”, un solo grupo, una sola fuerza.
Nosotros, los humanos de la Tierra.
Nuestras nociones de conjunto se forman en relación a otros términos, de la misma manera que lo hacen nuestras palabras. Es en oposición a otros términos que unimos o separamos, armamos conjuntos y categorías, es por oposición de términos, que accedemos a la realidad y nos relacionamos con ella: los católicos, los judíos, los musulmanes, los budistas, los hombres, las mujeres, los pobres, los ricos, los normales, los desviados, los jóvenes, los viejos, los capitalistas y sus contrarios.
Si nos visitaran otros seres razonantes, seres con dos cabezas en lugar de una, que hablen pero por los ojos, y tengan plumas en lugar de pelo, entonces se nos facilitaría la noción de grupo. Si nos atacan, mucho mejor. Si nos atacan, nos convertimos en un grupo seguro. O casi seguro. Quizás nos dividen otra vez.
Existe una relación directamente proporcional entre nuestra lucidez intelectual y lo inflexible de nuestra terquedad, necesitamos de la tragedia para aprender, pero además, tenemos pésima memoria.
No es que de repente me haya puesto nostálgica de alguna unidad perdida. Pienso que quizás, nos necesitamos como grupo para resolver nuestros problemas ambientales, así como nos necesitamos como grupo para enfrentar esta pandemia, o cualquier otra que se nos presente. Nos necesitamos como grupo para resolver nuestro problema demográfico, y las consecuencias que tiene para la naturaleza, para nosotros, y para las demás especies.
Dicen que si el corazón no ve, los ojos no sienten. No.. al revés, ja, pero me gusta ese equívoco… Es necesario sentir, para que el corazón se entere… los problemas demográficos verdaderamente existen. Este virus, nos despierta del letargo, aún así, seguimos preocupados por la economía, y está bien, pero… ¿Qué economía?
No sé, yo vivo en una nube conceptual, y la disfruto, pero si creo en lo que escucho, tengo que preocuparme un poco.
Hace unos días, antes de empezar a escribir este texto, y en el intento de enseñar a mis niños esas cosas que considero importantes, les envié un mensaje con un listado de valores. El listado era el siguiente: amor, paz, respeto, humildad, lealtad, responsabilidad, honestidad, sensibilidad, amabilidad, naturaleza, diversidad, amistad, solidaridad, bien común, gratitud, confianza, paciencia, empatía y perdón.(*) Les pedí que elijan uno, entre todos ellos y que me envíen su respuesta. Lo primero que hicieron, por supuesto, fue ignorar mi mensaje. Ja. Pero bueno… ese es otro tema.
El caso es que después de insistir, me llegó su respuesta. Naturaleza, mamá. Naturaleza. Los tres, me respondieron lo mismo. Ellos no saben, todavía, que sin copiarse, también coinciden.
(*) Søren Kierkegaard
(*) Listado tomado del libro de los valores de Camila Alonso