Tuve un tío anarquista. Se llamaba Jaime y falsificaba sus documentos de identidad. Lo vi el día antes de su muerte, que fue temprana e intempestiva. Nos cruzamos en la calle y bajó la ventanilla de su auto para saludarme. Me sonrió amablemente y al día siguiente, no estaba más.
Jaimito falsificaba sus documentos, y aunque delinquía no era un delincuente. No es que falsificaba el carnet de conducir – por ejemplo – para atracar bancos en su Peugeot 504 con una identidad encubierta, falsificaba su licencia, para evitar la burocracia de la Municipalidad, y usar su tiempo según su propio criterio.
Jaimito o Jaime José, como lo llamaba su madre, era un amor de hombre, y tenía una sonrisa entrañable. Su madre, mi tía Flor, también tenía una sonrisa entrañable, y entre todas las gentes, fue la que más me quiso.
Con Jaimito, tomábamos el té en la casa de mi abuela que no era anarquista, pero tenía regulaciones adorables como tomar sol de septiembre a mayo en su terraza, dormir la siesta sentada, o tirarse cuerpo a tierra para evadir visitas inesperadas.
Tazas de porcelana, Earl Grey Tea, y si estábamos de suerte bizcochos salados de la Dora Vieja.
Desde febrero que pienso en Jaimito. Pienso en Jaimito, y en el hecho no poco notable, de que los anarquistas no podemos incluirnos en el sistema democrático sin ser inmediatamente excluidos por él. Nuestros derechos se ven vulnerados a cada rato, y no nos queda otra opción que adaptarnos con buena cara, como si fuera justo.
Digo “nuestros”, porque yo también soy anarquista. Anarquista como mi tío Jaimito, y como Borges, que siendo escritor, no era mi tío.
Anarquistas moderados. Dóciles. No revolucionarios.
La que sí es mi tía, es Wislawa Szymborska. Me la canté, como hacen los niños, en un acto de fe genético – poética, por una devoción sin causa que profeso por Polonia – su país de origen – y por su brillante Contribución a la Estadística.
Obligada como estoy, a ceñirme a la democracia y a todos sus abusos, escribo estas líneas no como rebelión sino como catarsis, después de unas cuantas jornadas, sintiendo sus grilletes lastimando mis tobillos.
Desde que empecé a pensar en Jaimito y en la imposibilidad lógica presente en la intersección anarco -democrática, también empecé a pensar en la Teoría de Conjuntos, que me resulta simpatiquísima. La teoría de conjuntos formularía mi problema, así:
Si el conjunto HS, está incluido por definición en todo conjunto D, entonces, los elementos AM, en el interior del conjunto D, deberían ser contemplados civilmente. En tanto no es así, necesitaría un matemático que venga en mi auxilio, porque ya no sé como serían los dibujitos, ni la continuación de las fórmulas: contiene, no contiene, pertenece, no pertenece, excluye o no excluye.
Por muy útil que resulte la Teoría de Conjuntos para graficar casos como este, vamos a reconocer, inmediatamente y sin embargo – ni hipotecas – que usamos la Teoría de Conjuntos, solo para repetir cada tanto “x tal que x es igual a alguna cosa“, porque como bien sabemos hay un goce oculto de la lengua.
El caso es que todo el tiempo mi ser anarquista se ve doblegado por la República Democrática en la que vivo. Ayer sin ir más lejos, dos situaciones.
Situación 1. Un policía de tránsito, me frena y me indica que debo ponerme el cinturón de seguridad, a lo que respondo que soy mayor de edad, me pregunta que tiene que ver, le digo que tiene todo que ver, me dice que va contra la ley, pregunto cual ley, me pide que espere, espero, llama al otro oficial, el otro oficial se llama Cuevas, le consulta, Cuevas responde, Ley 371artículo117incisoB me dice, ajá le digo, ajá me dice, le digo que voy sola en el auto, me dice que importa, soy anarquista confieso, frunce el ceño, frunzo el ceño, póngase el cinturón me pide de nuevo; le digo que no, me dice que sí, le digo que no, me dice señora por favor. Bueno, concedo, me pongo el cinturón.
Le sonrío al oficial que se llama Fraga, y al otro oficial, al oficial Cuevas, porque hay algo gracioso en los uniformes y ellos no tienen ninguna culpa. Son solo los garantes del conjunto D, pero no son responsables de sus fallas, no de esta… por lo menos.
Situación 2. Recibo un mail, en el que me informan que debo mucha plata, pregunto en que lugar, me dicen en la Caja de la Seguridad y Previsión Social y Pública de los Profesionales de la Salud y Ramos Afines, que es eso pregunto, licenciada – me dice el señor apelando a mi título de grado – usted tiene que pagar su jubilación, a lo que respondo ah es que pretendía no jubilarme, me responde que tengo que pagar igual, le pregunto porqué, porque es una ley, cual ley, me responde con unos dígitos que no recuerdo, le digo no sabía, me dice es obligatorio licenciada, le explico que con la plata de hoy, vivo hoy, y que con la de mañana, pensaba vivir mañana, no es optativo licenciada, insiste, ay dios digo suspirando, me ofrece un plan de pago. Bueno, concedo otra vez, hagamos un plan de pago.
Cuando dije ay dios, me acordé de Jesucristo, y casi me vino bien recitarle la cita bíblica que dice “No te preocupes del mañana, que el mañana se ocupará de sí mismo, cada día tiene sus propios problemas” pero no quise molestar más a Miguel – el señor – porque Miguel cada vez que me habla, usa mi nombre con gentileza, y aún con Jesucristo a mi favor, no hay nada que él pueda hacer.
El caso es que un anarquista, se pasa la vida haciendo concesiones, porque de otra manera, iría pues, preso. Está habituado a respirar profundo y a adaptarse a leyes ajenas. Sin embargo, todo anarquista moderado sabe, que el elemento AM, es un error de cálculo, del conjunto D.
Hay un periodista español que se llama Alberto y no soporta a la gente que escribe sobre sí misma. Yo tampoco la soporto. Es decir, no me soporto. Mientras escribo esto pienso que presuntuoso es escribir, ni que decir, escribir sobre uno mismo. Me veo obligada a concluir, así, sin más, que debe de ser que así soy nomás… además de anarquista, presuntuosa.
Si algún lector tuviera dudas sobre lo que quiere decir el adjetivo presuntuoso, puede dirigirse al diccionario de la RAE, y aclarar sus dudas. Ahí podrá comprobar que en realidad nunca nadie dice nada de lo que en realidad quiere decir, y a la vez dice cosas que no tenía intención en declarar.
El caso es que no puedo escribir en tercera persona, y cuando lo hago siento el absurdo de escribir ya como una pesadilla que me debilita la osamenta, me licua la materia gris, y me tritura los sesos. Entonces vuelvo a escribir sobre mí, a pesar de Alberto y de mí misma. Cuando el agobio me invade, recito en un susurro estas líneas: The only thing we can do is to give a report of our own selves. Anything else is an abuse of power. Anything else is a lie*.
Un anarquista… tiene sus propias plegarias.
Tiene sus propias plegarias, y acaba sus textos como quiere, por ejemplo, así… como si se le hubiera acabado el territorio, y más allá solo hubiera un precipicio.
Abruptamente.
Sin preámbulos.
Y chau.
*The book of laughter and forgetting, Milan Kundera.