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Entrevistas a mí.
julio 20, 2023|Capiton(é)

Entrevistas a mí.

Tiempo de lectura: 5 minutos

¿Cuál sería el principal mensaje que te gustaría que tu libro transmitiera? Y más allá de ese mensaje, ¿qué te dice tu libro a vos, hoy, aquí y ahora? 

No sé si hay una intención deliberada de un mensaje. Quizás sea todo lo contrario. Escribo por mis propias razones, razones profesionales y personales. Lo que cada uno lee, cuando lee, tiene que ver mucho más con el lector que con quien escribe, sobre todo en un libro de estas características. Publicar un libro es asumir ese hecho. Ese fragmento de Derrida que compartí en el libro que dice “vivo mi muerte en la escritura” tiene que ver un poco con eso, y por supuesto que eso es solo para mí. Vaya a saber que quiso decir Derrida cuando escribió esas líneas, o que leen los demás cuando las leen. Si el psicoanálisis no es capaz de dejar en claro por lo menos eso, bueno… que problema.

¿Qué te empujó a escribir?

El deseo de saber, sobre todas las cosas; la curiosidad, el deseo de hacer bien mi trabajo y el haberme encontrado sin recursos ante un paciente muy complicado, a quien siento que no pude acompañar como me hubiera gustado. Reconocer a Tanatos, haciendo estragos, y no tener los recursos para ponerle freno. Aunque la responsabilidad esté del lado del paciente, el analista cuenta con su propio deseo, y eso es lo que me mueve.

Decía Freud “el león salta una sola vez“, y es verdad. El análisis nos enfrenta a situaciones muy diversas, y en ocasiones una  intervención requiere brevedad, inmediatez y precisión. ¿Cómo atrapas una gota de agua, en un torrente de palabras? Esa es la presa. En otros casos, se trata de otra cosa.

Lacan sugiere la perspectiva geológica, porque el análisis exige trabajar en distintas dimensiones, en distintas capas. Cada sesión nos enfrenta a una superficie distinta, y en función de eso es que pueden pensarse las intervenciones. 

El caso es que es una profesión que exige un trabajo personal, tanto intelectual como afectivo muy profundo y constante. Leer es nuestro pan de cada día, porque es indispensable para el buen ejercicio de nuestra práctica, y escribir también lo es para mí.

¿Qué es ese deseo de “verdad”, del que hablás en tu libro?  

Creo que tiene que ver con cierto discernimiento que hice cuando estaba en la universidad, cierto enfrentamiento al fraude del libre albedrío. Una falla si se quiere. Ese momento fue letal para mí, muy difícil. El mundo tal como lo había entendido hasta ese momento, se despedazó, y tuve que armarlo de nuevo.

Cuando hablo de la verdad, es en un intento por responder que es lo que hay sino hay libre albedrío, que nos organiza, y que organiza nuestro mundo. Es decir, que ese discernimiento devino en cierta sed de saber, en cierto humanismo, cierto existencialismo.

Hasta antes de ese momento, la religión era central en mi vida, y aunque mi fe en dios no necesitaba de mi fe en dios, cuando me encontré ante ese discernimiento, fue terrible. Una especie de cataclismo.

 

¿Si tuvieras que elegir una sola palabra para expresar tu relación con Lacan, particularmente, qué palabra sería?

Agradecimiento quizás, por darme herramientas honestas con las que trabajar y por no reducir lo que no es reducible a una serie de planteos elementales. Por no atribuirse más mérito que el de hacer las preguntas adecuadas, del modo adecuado. Ningún hombre nace fuera de tiempo, Lacan tampoco. Dijo e hizo lo que tenía que hacer, y murió en 1981.

¿Qué quiere decir aquello de la ganancia de la oportunidad?

La oportunidad de empezar de cero, desde el principio, con la hoja en blanco. El otro día escuché a alguien, un escritor creo. Contaba que cada vez que su producción se interrumpía, o cuando no le encontraba la vuelta, se iba a dar una ducha para empezar de nuevo el día, me dio risa porque en algún momento yo hacía lo mismo, ahora no lo hago por pura conciencia ecológica nomás. Me duchaba de nuevo, me preparaba otro café, arrancaba la hoja y empezaba de nuevo. Ya en la primaria tenía ese hábito, de empezar con la hoja en blanco, una y otra vez y sintetizar de la manera más concisa y clara posible lo que fuera que debiera transmitir.

Por otro lado, me interesa el nacimiento de las cosas, los orígenes, cual es la lógica de su devenir.

Si uno quiere estudiar historia, por ejemplo, puede elegir un hito determinado en el tiempo y avanzar con todo el detalle que quiera, hacia adelante. Sin duda que ese recorrido va a dejar de lado infinidad de sucesos, y seguro que de pensarse la historia desde otro punto en la cronología, el desarrollo posterior resultaría otro. Esto sin tener en cuenta los puntos de vista, las lecturas históricas, etcétera. Pero sea cual fuera la comprensión histórica y el recorrido que se haga, puede elaborarse, probablemente, un recorrido lineal con un principio y un fin, una linea del tiempo, digamos. Casi todo discurso puede pensarse más facilmente de este modo. Puede tomarse la cronología, como punto de partida, o pueden tomarse como punto de partida, unidades simples para avanzar hacia sistemas complejos. Nadie puede hacer operaciones algebraicas avanzadas, sino aprendió a sumar y a restar.

Ahora, el psicoanálisis funciona de un modo tan distinto – tanto en su construcción teórica, como en su objeto mismo de estudio – que estos dos modos, la cronología y la complejización de sistemas más simples, resultan insuficientes. No pensamos las cosas de esa manera por dos razones: la cronología no existe, y los sistemas simples, tampoco. No hay punto cero en la vida de un sujeto. El punto cero en la vida de un niño, no es el nacimiento, porque el oceano de lenguaje en el que está inmerso no ofrece un punto cero, y si lo ofrece, es sólo mítico.

Sin embargo, con fines profilácticos unicamente, yo quise empezar por un “casi” principio, porque el primer seminario de Lacan, no es lo primero que enseñó. Es un intento de orden, una consolación personal. Digo una consolación personal, porque es ilusorio. Es la ilusión de que leyendo en orden, voy a encontrar un orden. Ja. Me hago trampa digamos. Pero es una trampa que necesito.


 ¿Cuál fue esa ganancia o cuál crees que podría ser?

La ganancia es de saber. Si puedo hacerme rica, bienvenido sea. Tengo que comprarme un lavarropas nuevo porque me pelié con los dueños de la lavandería.

¿Cómo continúa este trabajo para vos?

Los seminarios de Lacan, son más de 20. Voy leyendo uno por uno, ahora estoy en el 5to. Pensaba que de cada seminario iba a salir un libro, pero después de escribir el primero, decidí leer los demás seminarios hasta terminar. No sé que pasará después, si escribiré otro libro o no.

Paralelamente a la lectura de Lacan, tengo un diagrama de otras lecturas, que incluyen psicoanálisis, filosofía y literatura. De vez en cuando leo alguna otra cosa. Este año, creo que el libro más ajeno a mi rutina bibliográfica fue Hygge Home, que es sobre creación de espacios cálidos. Me encantan mis lecturas bizarras.

Además de los escritos sobre los seminarios, voy escribiendo algunas otras cosas, ensayos breves, algunos cuentos y poesías.

¿Qué harías sino fueras psicoanalista?

No se puede dejar de ser analista, aunque pueda dejar de ejercerse en un consultorio. El análisis es una manera de entender la realidad, y depende de las circunstancias o los propios deseos, que utilidad o destino se le da a ese saber o a esa manera de entender las cosas. No se puede retroceder. Es como haber comido la manzana del árbol. Ya está. No se la puede dejar en el árbol de nuevo, y seguir ahí caminando por el Edén como si nada. Ya te pican los mosquitos, te asustan los leones, las hojas de higuera te resultan insuficientes. Seguramente en algún momento solamente escriba. También me gustaría concretar algunos proyectos fotográficos que tengo pendientes, pero ya estoy así… expulsada del paraiso.

En mi defensa solo puedo decir, que ese paraiso era indigno, en tanto tal, incompatible con la vida.

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Cazuela de un solo camarón
julio 18, 2023|Capiton(é)

Cazuela de un solo camarón

Tiempo de lectura: 3 minutos

Anyone can find the dirt in someone, be the one who finds the gold.

Proberbs 11:27

¿A dónde querés llegar? – me preguntó.

Eso lo dijo, apenas me senté a la mesa.

Todo lo que dijo después, y lo que yo también dije, la conversación que tuvimos, los comentarios que hicimos, nada de eso recuerdo. La pregunta quedó resonando en mi cabeza, como un eco. En sí misma, tuvo el efecto que tienen los objetos cuando están fuera de lugar. 

Como una llave dentro de una heladera, que no es comparable a muchas cosas. 

Porque no es lo mismo una llave dentro de la heladera, que un autito de juguete en un maletín de oficina, o una remera, (o ramera), en el baúl de un auto. Una llave dentro de la heladera, no es igual a un billete dentro de un libro, o a un pasaje de avión en medio de un cantero. No. No es igual. Una llave en la heladera es otra cosa. Quizás solo puede equipararse a cualquier otro objeto que no va en la heladera pero está ahí, dentro de la heladera. Mariposas, por ejemplo. Llaves, mariposas, un libro, o un zapato.

El caso es que mientras él hablaba no sé de qué cosas que yo simulaba escuchar, en mi mente ya tomaba la pregunta con las manos, y la apoyaba sobre una mesa con buena luz, acercaba una silla con rueditas, me ponía los anteojos muy económicos que compré en la plaza a un señor – que entre amabilidad y conveniencia – me dijo falazmente que me quedaban muy bien, (- Hermosos le van señora, dijo). Y procedí a diseccionar la pregunta. 

Estaba conformada por cuatro palabras, eso era seguro: “a” – preposición – “dónde”, adverbio interrogativo o exclamativo de lugar, “querés”, verbo irregular, no pronominal, en su 2da persona del presente y “llegar”, verbo también irregular, pronominal en su forma infinitiva. A donde sea que yo quisiera llegar, esta primera disección formal de la pregunta no me llevó ciertamente… a ningún lado.

Mientras seguía escuchando no sé muy bien que cuentos a los que yo asentía con una casi media sonrisa, la yo de mi mente, tenía otra cara, una de mucha concentración y casi perplejidad ante lo irresuelto del enigma. 

El lugar de la disección, era en el subsuelo de algún lugar que desconozco, y si de algo estoy segura, es de que nunca antes estuve ahí. Tenía ventanas rectangulares, largas y estrechas; dos. Las paredes eran oscuras, y el piso, de madera. Sobre un escritorio grande, también de madera, había una de esas lámparas con codo y cadenita, y la luz del foco era blanca blanca. Un lugar muy particular, sin dudas, ese lugar al que al parecer voy a ir, a partir de hoy, a investigar preguntas efectivas.

Mientras tanto, la moza nos trajo la cazuela de mariscos que el joven de la pregunta – ya no tan joven – había ordenado al llegar. Solo al terminar pudimos concluir, que esta particular cazuela tenía un solo camarón. Pensé para mis adentros que debería llamarse, con todo derecho, “Cazuela de un solo camarón”.

La disección de la pregunta, avanzó en distintas direcciones: ¿a dónde querés llegar? ¿llegar? ¿yo? ¿cómo? ¿qué? ¿por qué? ¿A dónde quiero llegar? Válgame Júpiter ¿a dónde quiero llegar? 

En el subsuelo estaba frío, así que tomé de un perchero que había junto a la escalera, una campera que curiosamente, era para la nieve. Deduzco de este hecho, que el subsuelo misterioso era de alguna casa, en alguna ciudad costera o muy al norte, o muy al sur. El calor ayudó a mis razonamientos, porque apenas dejé de sentir el frío pude distinguir: no es lo mismo preguntar, a dónde querés llegar, qué a dónde querés ir.

Solo entonces, supe que ni siquiera necesitaba pensar la respuesta.

Apagué la luz y el subsuelo quedó en silencio. Escuché las olas de un mar embravecido. Dejé la campera donde la había encontrado, y subí las escaleras.

Para mi sorpresa, por la ventana del primer piso, vi mi auto estacionado, y a mi derecha, en una mesa con cuatro sillas, al hombre de la pregunta. Y a mí misma, claro.  

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