Anyone can find the dirt in someone, be the one who finds the gold.
Proberbs 11:27
¿A dónde querés llegar? – me preguntó.
Eso lo dijo, apenas me senté a la mesa.
Todo lo que dijo después, y lo que yo también dije, la conversación que tuvimos, los comentarios que hicimos, nada de eso recuerdo. La pregunta quedó resonando en mi cabeza, como un eco. En sí misma, tuvo el efecto que tienen los objetos cuando están fuera de lugar.
Como una llave dentro de una heladera, que no es comparable a muchas cosas.
Porque no es lo mismo una llave dentro de la heladera, que un autito de juguete en un maletín de oficina, o una remera, (o ramera), en el baúl de un auto. Una llave dentro de la heladera, no es igual a un billete dentro de un libro, o a un pasaje de avión en medio de un cantero. No. No es igual. Una llave en la heladera es otra cosa. Quizás solo puede equipararse a cualquier otro objeto que no va en la heladera pero está ahí, dentro de la heladera. Mariposas, por ejemplo. Llaves, mariposas, un libro, o un zapato.
El caso es que mientras él hablaba no sé de qué cosas que yo simulaba escuchar, en mi mente ya tomaba la pregunta con las manos, y la apoyaba sobre una mesa con buena luz, acercaba una silla con rueditas, me ponía los anteojos muy económicos que compré en la plaza a un señor – que entre amabilidad y conveniencia – me dijo falazmente que me quedaban muy bien, (- Hermosos le van señora, dijo). Y procedí a diseccionar la pregunta.
Estaba conformada por cuatro palabras, eso era seguro: “a” – preposición – “dónde”, adverbio interrogativo o exclamativo de lugar, “querés”, verbo irregular, no pronominal, en su 2da persona del presente y “llegar”, verbo también irregular, pronominal en su forma infinitiva. A donde sea que yo quisiera llegar, esta primera disección formal de la pregunta no me llevó ciertamente… a ningún lado.
Mientras seguía escuchando no sé muy bien que cuentos a los que yo asentía con una casi media sonrisa, la yo de mi mente, tenía otra cara, una de mucha concentración y casi perplejidad ante lo irresuelto del enigma.
El lugar de la disección, era en el subsuelo de algún lugar que desconozco, y si de algo estoy segura, es de que nunca antes estuve ahí. Tenía ventanas rectangulares, largas y estrechas; dos. Las paredes eran oscuras, y el piso, de madera. Sobre un escritorio grande, también de madera, había una de esas lámparas con codo y cadenita, y la luz del foco era blanca blanca. Un lugar muy particular, sin dudas, ese lugar al que al parecer voy a ir, a partir de hoy, a investigar preguntas efectivas.
Mientras tanto, la moza nos trajo la cazuela de mariscos que el joven de la pregunta – ya no tan joven – había ordenado al llegar. Solo al terminar pudimos concluir, que esta particular cazuela tenía un solo camarón. Pensé para mis adentros que debería llamarse, con todo derecho, “Cazuela de un solo camarón”.
La disección de la pregunta, avanzó en distintas direcciones: ¿a dónde querés llegar? ¿llegar? ¿yo? ¿cómo? ¿qué? ¿por qué? ¿A dónde quiero llegar? Válgame Júpiter ¿a dónde quiero llegar?
En el subsuelo estaba frío, así que tomé de un perchero que había junto a la escalera, una campera que curiosamente, era para la nieve. Deduzco de este hecho, que el subsuelo misterioso era de alguna casa, en alguna ciudad costera o muy al norte, o muy al sur. El calor ayudó a mis razonamientos, porque apenas dejé de sentir el frío pude distinguir: no es lo mismo preguntar, a dónde querés llegar, qué a dónde querés ir.
Solo entonces, supe que ni siquiera necesitaba pensar la respuesta.
Apagué la luz y el subsuelo quedó en silencio. Escuché las olas de un mar embravecido. Dejé la campera donde la había encontrado, y subí las escaleras.
Para mi sorpresa, por la ventana del primer piso, vi mi auto estacionado, y a mi derecha, en una mesa con cuatro sillas, al hombre de la pregunta. Y a mí misma, claro.