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LA POLÍTICA. ESE JUEGO.
octubre 23, 2018|Capiton(é)Filosofía y PsicoanálisisRandom

LA POLÍTICA. ESE JUEGO.

Tiempo de lectura: 3 minutos

La mente intuitiva es un regalo sagrado, la mente racional su fiel servidor.

 Hemos creado una sociedad, que honra al siervo, e ignora el regalo.

Albert Einstein

Mis sueños, siempre me dan ideas, buenas ideas. Ahora no puedo anotarlos en mi celular, con lo práctico que me resultaba, porque no sé que organismos nacionales o internacionales se enteran de mi mundo onírico. No es que me importe, es que saben a mal.

Hace un tiempo tuve un sueño muy ameno, en el que había un escenario de esos de madera, un escenario de festivales populares, o fiestas patronales, un escenario de tarimas crujientes, como los de las fotos de mi abuelo radical. En el suelo, un megáfono color celeste, prendido pero sin dueño. Un público disperso, y confundido, después una estampida: niños llorando, ancianos perdidos, heladeros sin ventas, y algodón de esos dulces, abandonados. El mundo sin padres.

La política es una invención, una manera de vivir. Nunca le dediqué demasiado tiempo, ni mucha atención; a ese juego. Sin embargo, que yo no crea en esa invención como una solución posible para mí, no quiere decir, que no pueda entender el que otros crean en ella.  Al contrario, me produce cierta admiración, por lo altruista. El que alguien elija vivir, y dedicar el preciado y acotadísimo tiempo que tenemos en esta vida, para preservar o deconstruir y reconstruir, los esquemas que organizan una sociedad en beneficio de lo público, ciertamente me parece admirable. No puedo estar más que agradecida con aquellos que se ocupan de lo necesario, ignorando lo que tiene de absurdo. Yo no lo haría nunca. Soy demasiado egoísta.

Un juego de niños, exige la asignación de posiciones a ocupar y roles a cumplir. Hace unos años atrás mi hijo mayor me proponía un juego: “Mamá, juguemos a que yo soy Spiderman, vos sos la novia y la beba es la abuela”. Tato, jugaba a otra cosa, el quería ser Lobin Jut, que, dicho sea de paso, podría ser un legendario peronista, uno muy justo y sin día de la lealtad. Ja.

Solemos ensalzar la inocencia, creemos que es ella la que nos preserva. Pero no.  Lo que nos preserva, lo que nos protege, es el saber. El que un niño sepa, que en realidad, no es un super héroe, lo protege de algunos saltos peligrosos.

Los niños eligen su posición y su juego en función de sus intereses, de sus gustos y también como elaboración sintomática y tramitación de su goce.  Los adultos, también.

Lo realmente sorprendente, es que los adultos, no están al tanto de que juegan, y esa oscura inocencia, encierra tanto peligro. Un traje con capa, no es distinto a un traje y corbata, ni difiere demasiado de un delantal, una sotana y tantos uniformes.

Capitulo aparte, merece la creencia. La creencia, organiza el mundo: el mundo social y el mundo subjetivo.

No hablemos de los políticos corruptos, los sacerdotes pedófilos o los maestros depravados. Hablemos de la gente de bien, que somos la mayoría. Incluso los que erramos, y somos egoístas.

No dudo, de que quien elige la política, cree en esa vía. Confía en ella.

No dudo, de que quien elige ejercer el sacerdocio, la docencia o el derecho, confía en esas vías: cree en Dios, en la Educación o en la Ley. Y está bien creer.

Creer en algo moviliza al deseo, lo vuelve decidido y eficaz. Creer en algo, hace de la sublimación y la postergación, mecanismos dignos de lo humano, con toda su complejidad.

Aun así, que importante que es saber. Saber, además de creer.

El saber, le da mesura al poder, y es capaz de escuchar y aprender de aquel que no está investido por ninguna capa. Quien sabe, comprende, que las sutilezas de la verdad, pueden encontrarse en cualquier lugar. El saber nos vuelve libres, sobre todo de prejuicios.

Parece una obviedad, pero no lo es: el saber aniquila la ignorancia que es, las más de las veces, maliciosa. El saber, es un encuentro con la humildad y la fortaleza, y nos protege del sometimiento y la dominación.

El saber sin creencia, no tiene a donde ir.

La creencia sin saber, es la ceguera interior.

En lo que a mí respecta, sé sobre política, lo que la experiencia me ha enseñado.

Entendí que quien juega sin saber, desconoce que son los símbolos los que mueven la mano, y no a la inversa.

Entendí también – no sin cierta desilusión – que quien juega sin saber, ignora que no son juguetes, los que mueve queriendo, o sin querer.

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