– ¡Magnífico! ¡Soberbio! ¡Digno de un emperador como yo!
Los trajes nuevos del emperador, H.C Andersen
I know that diamonds mean money for this art,
but that’s not the shape of my heart.
Dominic Miller, Gordon Sumner. The shape of my heart.
The first tool of all, was a sling.
The mushroom hunters, Nail Gaiman.
La bascula del deseo I
¿Cómo decir la verdad, y a la vez, preservarla? ¿Cómo decir la verdad y preservarme? Cuando digo verdad digo: un reconocimiento necesario.
La construcción del saber no es ajena a la lógica del deseo, pero los alcances de sus efectos aterrizan en la clínica, en los consultorios. ¿Hay que decir algo más? En este capítulo Lacan deja cartas de Poe en todas las esquinas. ¿Alcanza con citarlo? No lo sé. Nos dice:
“En efecto, es profundizante en esta hiancia del deseo humano donde aparecen todos los matices, que se escalonan de la vergüenza al prestigio, de la bufonería al heroísmo, a través de los que el deseo humano está por entero expuesto, en el sentido más rotundo del término, al deseo del otro. No es el hecho de que quien se acepta vencido pida clemencia y grite, sino el hecho de que el amo se ha comprometido en esta lucha por razones de puro prestigio y que por ello ha arriesgado su vida. Este riesgo marca su superioridad y es en su nombre y no en el de su fuerza que es reconocido como amo por el esclavo”.
Por de pronto, vale revisar la noción de prestigio. La Real Academia Española lo define como “Realce, estimación, renombre, buen crédito”, también como “engaño, ilusión o apariencia con que los prestigiadores emboban y embaucan al pueblo”.
Podríamos pensar en esta secuencia: riesgo, apuesta, ganancia, nombre, símbolo, prestigio, vaciamiento, verdad.
No, así: riesgo, apuesta, ganancia, prestigio, nombre, simbolo, vaciamiento, verdad.
¿Es esto lo que nos mueve? ¿Es el prestigio? Lo que es a mi, me mueve la plata, quiero dinerito para comprarme un auto nuevo. Mis hijos se quejan del ruido que hace el que tengo ahora. El que hace cuando frena. Y el que hace cuando arranca. Y ese otro que hace cuando dobla. Bueno… los ruidos de mi auto, plural.
Podrían avergonzarse, pero ya no se avergüenzan. Creería que han logrado entender que amo y esclavo no conviven en el mismo cuerpo. El caso es que lo verdaderamente ridículo y aquello a lo que tememos que lo sea, rara vez coinciden.
Claro que lo digo adrede. Quiero una Volkswagen Sharan, con 5 estrellas en materia de seguridad. Los ruidos me importan un pepino.
Digo las cosas por su nombre porque como repetía mi padre, parecido no es lo mismo, y por que la lógica maniquea le hace tanto daño al mundo que más vale renunciar a ella de una vez, pero este es un comentario al margen.
En este capítulo, Lacan cuestiona la lógica fálica mientras la devela. Hagan como yo: no me imiten, dice en algún lado. Pareciera reconocer que nadie renuncia fácilmente a sus dominios. Tampoco él.
Un exceso de verdad… ¿siempre funciona como máscara?
Tiene razón cuando dice, que hay que leer las cosas al pie de la letra. Hay más sobre la superficie, de lo que podría imaginarse. Aún así, entre lo evidente se esconde como quien quiere ser descubierta, la Verdad que encubre la verdad. Si.
No soy reina, ni rey – nos dice – soy el terreno bajo tus pies.