Los escritos técnicos de Freud, Cap. IX.
Sobre el narcisismo.
…a un viejo cirujano, llamaron con urgencia, y con su vieja ciencia pronto lo remendó, mas dijo a los otros muñecos internados, el caso es delicado, le falta el corazón.
Pinocho, cancionero popular
Abrí el Seminario que me ocupa, y me encontré un billete de $5, es decir, fuera de circulación, entonces me di cuenta que había pasado demasiado tiempo.
Para introducirme nuevamente en el texto, decidí leerme, leer las reseñas de capítulos anteriores. Me encontré conmigo misma, diciendo sin querer, varias veces las mismas cosas. Cada vez que me enfrento a un capítulo del Seminario, me encuentro con la complejidad de la teoría, con lo confuso y a veces contradictorio de los conceptos y con la inmensa cantidad de referencias bibliográficas que condicionan el texto. De ello se desprende en mí esa profunda e incomoda sensación de lo insignificante. Esa sensación es – sobre todo – paralizante.
Hay algo en la forma de producir teorías, tanto en Freud como en Lacan, que me conecta con algo muy vulnerable en ellos. Al leer estos esfuerzos, estos intentos de formalización y de conceptualización de aquello que es verdaderamente insondable en el ser humano, algo en mi se conmueve. Hay esfuerzos teóricos que me apenan. Sé sin embargo, que esto recién empieza.
Leyendo nuevamente este capítulo e intentando profundizar y comprender lo que Lacan intenta transmitirnos, me dirijo a Introducción al narcisismo, texto que Freud escribiera en 1914. Después de leer algunas páginas empieza a rodarse en mi cabeza, insistentemente, esta secuencia: un niño guarda en su bolsillo una piedrita que admira, le gusta porque es blanca y puede brillar, le gusta su forma, y le gusta poseerla. La guarda como un objeto precioso, la lleva consigo. Cuando se sienta, la saca de su bolsillo. Pareciera que se detuviera solo para mirarla. Lleva también, otra piedrita, una piedrita cualquiera, le gusta jugar con ellas, le gusta el sonido que escucha al hacerlas chocar una con la otra. Después, las guarda de nuevo en el bolsillo de su pantalón.
Este niño va a saltar sobre rollos de alfalfa, salta de uno a otro, son rollos enormes y hay de ellos gran cantidad. Se divierte a lo grande, y disfruta. Cuando se cansa, se acuesta sobre la alfalfa y busca en el bolsillo, sus piedras. La piedra blanca, ya no está.
La busca desesperado, pero es inútil. El niño llora, se lamenta, se refriega las lágrimas con los puños de su camisa, y sigue buscando. Han pasado muchas horas, y el niño no cesa en su búsqueda. Pero el día se acaba, y su padre llama al pequeño. Debemos irnos, le dice.
El niño le ruega: todavía no papá.. es que papá, la piedra.. mi piedrita, no la puedo encontrar. El padre, mira al pequeño, no se todavía de que manera lo mira. Lo toma de la mano y le dice, es tarde ya. El niño llora, y mientras camina no puede dejar de mirar atrás.
No voy a explicarme, solo voy a decir, que esta historia viene a mi mente cuando la teoría se vuelve demasiado enrevesada, cuando me pregunto, cuanto tiempo me va a llevar avanzar con ciertas lecturas y cuál es la implicancia práctica que gano en lograr adquirir ciertos discernimientos teóricos.
Tiempo es todo lo que hay. Y no hay.
Hago la lectura de cualquier manera, no digo que sea en vano. Conviven en mí, el deseo de saber, con cierta posición existencial que me obliga a no perder de vista que Freud, era un hombre de su tiempo, y que yo soy una mujer del mío, que no es necesario derribar muros que ya han sido derribado antes, que la razón para formular teorías, no es amar las teorías, sino poder hacer algo con ellas.
Yo, yo no invento nada, pero Freud inventó el psicoanálisis, y ese invento nació en el consultorio de un neurólogo. No puedo perder de vista este hecho, intento entender las cosas desde este lugar.
Hace un par de semanas que veo una serie americana, no es una maravilla, pero me hace pensar. Son médicos, trabajando en una sala de emergencias.
Es curioso, un cirujano, invade un cuerpo de todas las maneras posibles. Usan tijeras, cuchillas, abren los cuerpos y penetran sus entrañas. No hay quien se oponga: se trata de daños necesarios. No me imagino al familiar de un paciente, atacando al médico para que no abra, para que no extirpe, para que no exponga al enfermo a sus instrumentos, que no son otros que los de una carnicería.
No solo se trata del poder del discurso, se trata también del poder de las evidencias. La verdad que expresa el cuerpo, es para todos.
Nuestro saber, es tanto más esquivo, tanto más incierto. Si existe alguna clase de evidencia, nunca tendrá la tangibilidad de la sangre, de los músculos, los huesos o la piel. Las intervenciones de un médico, son siempre lineales, y como tal, resultan confiables: si hay un tumor hay que sacarlo, si hay una herida hay que curarla y cerrarla. Nuestras intervenciones en cambio, obedecen a otra lógica, una lógica desconocida, que obedece al caso por caso, y requieren de una transferencia sólida para que sus efectos realmente puedan producirse.
Entiendo la dificultad de trabajar con un cuerpo enfermo, entiendo los riesgos, sin embargo, el cuerpo, siempre expresa su verdad. Somos nosotros, los analistas, los que trabajamos con aquello que no presenta evidencia, los que intentamos develar el verdadero secreto de los dioses.
Al final… esta reflexión nacida en la percepción de mis repeticiones, no deja de ser una pregunta acerca de porqué elegimos y cómo elegimos el campo de nuestro saber, de que manera nos relacionamos con el conocimiento y de donde surgen nuestras elecciones, porqué amamos o confiamos en una determinada teoría y de qué manera nos relacionamos con aquellas que descartamos, que dejamos de lado. Esto es, la lectura más amplia.
Esta lectura podría tratarse no solo del marco teórico que hemos elegido, sino también de la forma de aproximarnos a ese marco teórico. Me viene a la memoria una entrevista que le hice a Andrés J. Sierra, artista. Trabajaba sus obras en una especie de zoom, a veces, el protagonista de la obra, estaba sentado en una nube, a veces sobrevolaba la ciudad y en ocasiones se metía dentro de una habitación.
En este seminario Lacan anula la profundidad de campo y se centra en conceptos específicos (al igual que Freud en los textos sobre los que Lacan trabaja). En lo personal soy más de sobrevolar ciudades. Estos textos – la verdad sea dicha – me exigen un esfuerzo de enfoque, sobre conceptos que me aburren. Es como si hubiera entrado a una habitación y todo en la habitación me pareciera opaco.
Ahora que lo pienso, y dicho sea de paso, cuando trabajo con fotos, me pasa justamente lo contrario. Me aproximo a los objetos, mucho más que lo que me alejo de ellos, casi que puedo tocarlos. Los redescubro, los miro a través de la lente, como si fuera la primera vez.
No es lo mismo un esfuerzo de teoría, que un esfuerzo de poesía.
El péndulo oscila, una vez más.
Ilustra la nota:
Obra de Andres J. Sierra, serie Sorongonia, 2014.