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1850
marzo 19, 2021|Cartas

1850

Tiempo de lectura: < 1 minuto

De Gregoria – la madre – a Sergio, el hijo.

De Salta a Cobija.

31 de marzo de 1849.

Me has acibarado los días de Salta con tu silencio, pues van dos correos que no escribes y hasta ha habido persona que me ha asegurado que te habías ido a California. La idea sola de que pudieras hacer tal cosa me ha tenido desesperada, siendo ese un viaje tan expuesto por la fiebre amarilla y por mil otras cosas.

Yo estoy aquí sin saber cuándo haré mi viaje a Chuquisaca por las revueltas que hay en ese país. Escriben de Potosí que hay tres partidos fuertes y que se irán pronto a las manos. De Sucre no he tenido cartas porque está cerrado el camino a Potosí y yo sin saber que será de mi tienda y de mis hijos.

A Jacoba le escribo que me avise si han vendido algo de la consignación de libros de Don Guillermo para que le manden el importe.

Si las cosas en Bolivia siguen mal, tendré tal vez que quedarme aquí hasta septiembre, y cómo desearía que me hicieras una visita para que conozcas tu país y tus parientes, que desesperan por verte. Espero el correo de abril para resolver mi viaje, según lo que me diga mi mamita.

Ya estoy viendo que la Cuaresma se ha pasado sin que hayas pensado en confesarte después de tantas promesas que me hiciste. Hemos estado 11 días de Cuaresma en los Cerrillos, que estaban deliciosos con las tabladas de los muleros que van para arriba.

Muchos cariños te manda tu tía Manuela, Nicolasa y también Pinto.

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1850
marzo 10, 2017|Cartas

1850

1850

Tiempo de lectura: 3 minutosTiempo de Lectura: 3 minutos

Conversaba con ella y las horas pasaban más rápido. Me traía su tiempo, y lo deshojaba para mí. Eran historias, pero también maneras de decir; palabras especiales, frases en desuso. Una manera de ver el mundo al borde de la extinción; la memoria jugando con el precipicio sabiendo de ante mano, que tarde o temprano… terminará por caer.

Será ilusión, mas solo en la memoria, realidad y ficción se tienden las manos.

Ese día hablábamos de algo que a ella le costaba trabajo entender… algún concepto moderno como realidad virtual o relaciones libres. Algo que dijo me hizo pensar que yo también podía acercarla a sus años; los años que ella recordaba: con sus dichos y cosas obvias, con lo indiscutible de entonces y no lo siempre discutible de hoy.

Imité su propia voz para leer las cartas y la acerqué a su tiempo con un poco de magia. Las cartas guardaban la semántica de su infancia, y el fluir de sus significados, lo más familiar… lo conocido y olvidado.

Sonreía mientras descansaba. La cabeza apoyada en su piel de cordero.

No sabré nunca si la memoria decidió saltar o se dejó caer. Como sea, lo hizo un poco antes de su partida. Yo me quedé con la memoria de su memoria, que también a su debido tiempo decidirá saltar… o se dejará caer.

Aquí comparto las cartas y guardo para mí, esas tardes con ella.

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