…”hay algo más en el cielo y en la Tierra, Horacio, que lo que ha soñado tu filosofía”
Shakespeare, Hamlet.
“El fatigoso contra espectáculo de las cosas dejando de existir. La extensa tierra baldía, hidróptica, y fríamente secular”
Cormac McCarthy, La Carretera
– Había una vez…
– Un Rey! – dirán en seguida mis pequeños lectores.
– No, muchachos, se equivocan. – Había una vez, un pedazo de madera
Pinocchio, Carlo Collodi.
Psicología y metapsicología
La noche del 24 de julio de 1895, Freud tuvo el sueño de la inyección de Irma. La noche del 19 de julio de este año, yo soñé con Lacan. No es con modestia que marco un punto.
En el sueño, yo manejaba por alguna calle de París, y Lacan caminaba en dirección contraria por la vereda de la derecha. Él era un hombre joven – como en la tapa del libro de Roudinesco – aunque no estaba con el torso desnudo como en esa foto, sino sobriamente vestido.
La escena transcurría en los años 50 o 60; lo sé por la tonalidad cinematográfica de las representaciones, por los modelos de los autos, y por el corte del traje de Lacan. Yo no podía verme la ropa, pero sé que estaba prolijamente peinada. Tenía una especie de tul negro sobre parte de mi cara, algo que venía con mi tocado. Lacan me saluda a través de la ventanilla del auto y lo más sobresaliente, además de que está representado gráficamente como si fuera una fotografía en blanco y negro, lo más sobresaliente, es su gran sonrisa.
De un momento al otro, aparecemos tomados de las manos, y es en ellas que el camarógrafo del sueño hace su primer plano. Estamos en una habitación de un azul muy oscuro, pero muy iluminada. El lugar está íntegramente rodeado de cristales y una moldura sutil adorna el techo. No sé bien si es un café precioso, un jardín de invierno, un restaurante o un consultorio, pero ahí estábamos Lacan y yo, dichosos y sonrientes.
Me gusta mi sueño así como es: cinematográfico, ficcionado, y megalómano.
Continúo.
En este capítulo, Lacan explica cómo el lugar del yo en la teoría freudiana, es un lugar descentrado en el sujeto. Compara el descentramiento del yo, con el descentramiento de la Tierra, su lugar anecdótico en el sistema solar. Esto me hace pensar en algunos escenarios apocalípticos o catastróficos, porque – por y a pesar de mi sueño – con ese espíritu ando.
Escenario apocalíptico uno: El sol explota.
Si el sol explotara, y dejara de existir, el sistema solar – digo yo – cambiaría sus leyes de suspensión, y los planetas caerían desde el espacio hasta chocar contra el piso del universo, donde quiera que eso esté. Allí quedarían… yertos, muertos, aplanados en la superficie de apoyo, perdiendo su forma, como un helado dejado a su suerte. La Tierra, siendo entonces puro escombro, dejaría que sus océanos se escabullan, como de un globo sin nudo.
¿Los humanos? Por una suerte de desencuentros gravitacionales, quedan todos imantados a la atmósfera. No es que gritan, ya se han muerto, pero están los cuerpos ahí… dando algo de pena, aunque no sabemos a quien. Cuando la tierra colapsa contra la superficie universal, caemos (nosotros, los humanos) junto a demás objetos y demás animales que han corrido la misma suerte.
Escenario apocalíptico dos: A la Tierra le cae un meteorito pequeño. Las aves de la estratósfera, que no existen (pero podemos inventar que sí) voltean a mirar. – No es nada, dicen. Una ventisca a contra pelo, pero ya pasó.
Saturno sigue girando, con sus anillos y todo. Marte, tan planeta rojo como siempre. Júpiter, sigue en su lugar, igual que los demás.
Un satélite toma una imagen, pero… ¿qué es esto? Algo ha cambiado. El dibujo es otro. El satélite manda señales a la estación aeroespacial. No hay nadie. Hasta la máquina quiere llorar. El daño es masivo, pero hay sobrevivientes. Adrián y Elvira. No se gustan, pero intentan. La historia, empieza otra vez.
Escenario apocalíptico tres: Un meteorito gigante colisiona nuestro planeta a la velocidad de la luz. Millones de años pasan y nueva vida inteligente habita la Tierra. Encuentran nuestros fósiles hasta en la sopa: “humano fosilizado haciendo pilates”, “humanos fosilizados en sala de cine”, “humanos fosilizados en pleno acto de reproducción”, “cachorro humano jugando a la play”, “humanos fosilizados orando en un templo”, “humanos con dispositivo móvil curiosamente conservado”. Humanos… humanos… humanos.
Escenario apocalíptico cuatro: Los polos se derriten y las emisiones de carbono no cesan. Grandes ciudades del mundo quedan sumergidas bajo el mar. Sus habitantes, no han logrado mutar en sirenas: deben emigrar. Llegan a ciudades vecinas que no están encantadas de recibirlos. Guerritas.
Vivir se parece a fundir el auto en Santiago del Estero.
A la hora de la siesta.
En verano.
Un domingo.
No hay sombra que alivie, no hay arrepentimiento que valga, no hay un si hubiera que auxilie.
Dios arroja sus piedras estando borracho. Cuando está sobrio, lo detiene un ridículo orgullo narcisista. El caso es que de tener mejor puntería, nos ahorraría la infinidad de conflictos bélicos, el hacinamiento insufrible y el calor insoportable.
Un escenario apocalíptico, es apocalíptico para nosotros que decimos muerte. Pero me fui de tema.
Lo que decía, es que Copérnico nos avisó que la Tierra no es el centro de nada, y Lacan usa este hecho, para explicar el descentramiento del yo en la teoría freudiana. Nos explica que los aportes freudianos tuvieron el alcance de una revolución copernicana, pero que con el tiempo sufrieron los efectos de la resistencia, y que – en algún punto – el yo fue lentamente recuperando su lugar de centro. Es decir, los post freudianos, incorporaron a la percepción freudiana del yo, las nociones preanalíticas del yo.
A partir de este capítulo podemos deducir tres momentos en relación al yo: el yo de hoy, el yo de ayer, y el yo del antes del ayer. El yo de hoy y el de ayer, se diferencian en su dimensión teórica: ahora decimos, el yo no es el centro, y antes pensábamos que lo era. Sin embargo, hoy y ayer compartimos, en palabras de Lacan, “la aprehensión espontánea que tenemos de nuestros pensamientos, tendencias, deseos, de lo que es nuestro y de lo que no es nuestro, de lo que admitimos como expresiones de nuestra personalidad o de lo que rechazamos como parásito en ella“. Sin embargo, Lacan se pregunta por el origen de esta psicología. Me hace pensar en la diferenciación de seres y entes.
Dice Lacan: “El hombre contemporáneo cultiva cierta idea de sí mismo, idea que se sitúa en un nivel semi ingenuo, semi elaborado. Su creencia de estar constituido de tal o cual modo participa de un registro de nociones difusas, culturalmente admitidas. Puede este hombre imaginar que ella surgió de una inclinación natural, cuando de hecho, en el estado actual de la civilización, le es enseñada por doquier.”
Dormir a la intemperie, sentir en carne viva las inclemencias del tiempo, lamerse las heridas ocasionadas durante una ardua jornada, que huya la presa, que muera el pequeño que recién ha nacido. No encontrar agua y beberla empozada, parir en pie y morir andando, fornicar con el más fuerte, o con el que está al lado, vomitar lo que te ha hecho daño, aprender con el propio cuerpo lo que has de comer, los hongos que se dejan a un lado. Frío. Más frío. Más… más…. frío.
Antes del sedentarismo, digo yo. Me tiro una taba. Antes del sedentarismo, el yo no era igual. No es que haya sido distinto, pero no era igual. Lo que el cuerpo experimenta, marca al menos, alguna diferencia. La cotidianeidad de la muerte… ¿otra?
En este capítulo, Lacan hace referencia a la cuestión del origen, de la emergencia. Quisiéramos saber, que sucedió el día 0, pero ese día, el día 0, parecería ser indescifrable. Nos dice Lacan: “Ya no podemos dejar de pensar con ese registro del yo que hemos adquirido en el transcurso de la historia, aun cuando nos encontremos con las huellas de la especulación del hombre sobre sí mismo en épocas en que dicho registro como tal no estaba promovido“.
Podemos imaginar, suponer, aventurar ideas acerca de esa construcción vivencial del yo, pero desembarazarnos de algo que nos es tan íntimo y que está, a la vez, tan extraordinariamente unido a las nociones mismas del lenguaje y de la cultura, no solo se dificulta sino que torna al saber, un tanto esquivo.
Lacan se pregunta “¿Qué pasó después de Socrates? Y nos dice: Muchas cosas, y en particular, la noción del yo vio la luz.” La idea general que se tenía sobre el yo, fue teorizada por aquellos hombres. Teorizar al yo, fue empezar a cuestionar lo que de obvio hay en lo humano, desatender las evidencias más elementales, para acceder a la compleja naturaleza de los seres del lenguaje. Sin embargo, las formalizaciones filosóficas, rondando siempre en los mismos cuartitos, perpetuaron en la oscuridad los aspectos más intrigantes del yo, los más críticos y los más conflictivos. Vino Freud, a iluminar el gran sótano, y el galpón del fondo, prendió la luz de la azotea y encontró una terraza. Aunque lo juzguen oscuro, Freud, solo quiso encender la luz.
Después Lacan nos dice: “el sujeto no es su inteligencia, no está sobre el mismo eje, es excéntrico. El sujeto como tal, funcionando en tanto que sujeto, es otra cosa, y no un organismo que se adapta.” En palabras de Lacan: “el sujeto, está descentrado con respecto al individuo. Yo es otro, quiere decir eso”.
El punto donde las cosas se comprenden, donde se ciernen, donde se explican y se encuentran es sugerido por Lacan de esta manera: “¿Quién es Sócrates? Sócrates es quien inaugura en la subjetividad humana el estilo del que brotó la noción de un saber vinculado a determinadas exigencias de coherencia, saber previo a todo progreso ulterior de la ciencia en cuanto experimental; tendremos que definir el significado de esa suerte de autonomía que adquirió la ciencia con el registro experimental. Pues bien, en el momento preciso en que se inaugura ese nuevo ser en el mundo que aquí designo como una subjetividad, Sócrates advierte que en lo tocante a lo más precioso, la areté, la excelencia del ser humano, no es la ciencia la que podrá transmitir las vías que a ella conducen. Ya ahí, se produce un descentramiento”.
Ah. Que felicidad este párrafo. Mi sueño está mal. Soy yo la que sonríe.
Freud deja una puerta abierta y Lacan entra por ella. Después, cita a la Rochefaucauld – podría haber sido a otro – para demarcar una línea de pensamiento divergente, respecto del pensamiento clásico. Lo que dirá este señor, aunque de otra manera, es que entre la mentira y la verdad hay algunas otras cosas. Pone un halo de duda sobre la virtud, y el accionar desinteresado. Me acordé de esa discusión en la serie “Friends” donde dos personajes (los de Mat LeBlanc y Lisa Kudrow) discuten acerca de las “selfless good deeds“, es decir, las buenas acciones desinteresadas (1). Esta discusión, aunque superficial, pone de relieve las primeras preguntas, las preguntas iniciales de un debate extenso. Dice Lacan “Lo escandaloso en La Rochefoucauld no es que considere el amor propio como el fundamento de todos los comportamientos humanos, sino que es engañoso, inauténtico. Hay un hedonismo propio del ego, y es esto precisamente lo que nos embauca, es decir nos frustra a la vez de nuestro placer inmediato y de las satisfacciones que podríamos extraer de nuestra superioridad con respecto a dicho placer”.
Con o sin especulaciones, lo que puedo concluir a partir de esta clase, es que el Más allá del principio de placer es también un Más allá de la Filosofía, que no hace falta ser peluqueros para aprender de una trenza cocida, y que pan con pan, es comida de tontos.
En Más allá del principio del placer, Freud nos dice “En la teoría psicoanalítica adoptamos sin reservas el supuesto de que el decurso de los procesos anímicos es regulado automáticamente por el principio de placer. Vale decir: creemos que en todos los casos lo pone en marcha una tensión displacentera, y después adopta tal orientación que su resultado final coincide con una disminución de aquella, esto es, con una evitación de displacer o una producción de placer. A nuestro juicio, una exposición que además de los aspectos tópico y dinámico intente apreciar este otro aspecto, el económico, es la más completa que podamos concebir por el momento y merece que sea distinguida con el nombre de “exposición metapsicológica“.
En otra oportunidad este párrafo despertó en mi, compasión y ternura. – Pobre niño – pensé. Me vi diciéndole: – Venga Sigmund, ya deje eso… la vida es así, como es, somos como somos… no se esfuerce tanto. Descanse, respire hondo. No hay descubrimiento que valga. Unas palmaditas en su cabeza calva y un – ya, ya… tranquilo.
Sin embargo, mientras le acariciaba la cabeza, vinieron a mi las palabras de aquella novela: “It´s strange, isn´t it? Everything is blowing up around us, but there are still those who care about a broken lock, and others who are dutiful enough to try to fix it. But may be, that´s the way it should be. May be working on the little things as dutifully and honestly as we can is how we stay sane when the world is falling apart.” (2)
Entonces, me senté a su lado, y lo dejé hacer.
Lo miré detenidamente, los ojos perdidos en el horizonte de sus ideas. Después, tomé pluma y papel y escribí.
No medí el tiempo, pero sé que el sol ya no estaba cuando dejé aquel juego de las palabras: las palabras que elegí aquella tarde, o aquella mañana, que fue también una noche, de un día que no aconteció.
(1) Friends. The one where Phoebe hates PBS. Season 5, episode 4. Writers: Crane, Kauffmann, Curtis. 18 oct 98.
(2) Men without women. Haruki Murakami.