Todas las canciones, por una sola certeza.
J.D
No esperaba.
Por no esperar, la descubrí. Sentí al verla, que el corazón se me salía; todas las respuestas estaban ahí.
La conmoción y la emoción están todavía conmigo, crecen dentro de mí. Algo en ella me habla, me dice: es aquí.
No me había sucedido hasta ese momento, sentirme capturada y cautivada de esa manera por una obra. Aquel viaje había encontrado su verdadero propósito, uno distinto del que me había llevado hasta ahí.
Me sentí un poco feliz, que es la forma más real de la felicidad.
Al verla pensé que Rafael, la había pintado solo para mí. Si no hay otra realidad, que aquella que me voy dando, no tengo porque dudar. Me pregunto ¿qué me dice?
Su acertijo, me vacía de palabras. Aún así, veo el mundo fuera y dentro de mí, veo los años, los siglos, lo que fue y lo que será. Mis propios dolores, y los dolores que no pude evitar; mi propia torpeza, mi sabiduría estéril. La pregunta que insiste, como un escalofrío sin letras ¿que clase de trampa es este regalo?
El oxígeno se disipó y no hubo nada más.
Yo era ahora un bebé tendido, respirando un aire nuevo, moviendo manos y cuerpo al son de mi propia risa, un bebé cobijado por ese velo que es a la vez, transparencia y enigma. Era también esa madre, regalando aquel velo, antes tejido o hilado. Velo hecho de sueños, de ficciones y de anhelos.
Un niño pequeño me devolvió al aire, a este otro aire. Lloraba. También lloraba yo.
– Estoy perdido – me dijo.
– Estar perdido es ver – susurré.
Acaricié su cabeza, y en un gesto que comprendió, le regalé aquello que yo miraba.
Después, lo tomé de la mano.