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Leher a Lacan
diciembre 3, 2020|Capiton(é)Filosofía y PsicoanálisisLeher a Lacan

Leher a Lacan

Leher a Lacan
Tiempo de lectura: 5 minutos

“No se cual es la cara que me mira cuando miro la cara del espejo, no se que anciano acecha en su reflejo, con silenciosa y ya cansada ira pienso que si pudiera ver mi cara sabría quien soy en esta tarde rara” – Un Ciego.

Soy el que sabe que no es menos vano que el vano observador que en el espejo de silencio y cristal sigue el reflejo, o el cuerpo (da lo mismo) del hermano“. – Soy.

“Creo en el alba oír un atareado rumor de multitudes que se alejan; son lo que me ha querido y olvidado; espacio, tiempo y Borges ya me dejan”. – Límites.

Jorge Luis Borges

La tópica de lo imaginario. (VII – XII)

Hace unos días atrás, tuve un sueño de esos que me sorprenden. Durante el día había estado batallando con los capítulos de este segundo tercio del Seminario, intentando decir algo sobre ellos, pero sin decir nada. Recurrí a Borges, que con belleza y lucidez da cuenta de ese saber que no se sabe. Leí algunos poemas, algunas entrevistas, y ese cuento.

Me desperté alrededor de las dos de la mañana, con taquicardia y cierta sensación de cansancio. Entonces recordé el sueño: una, que era yo, me miraba a mí, la que soñaba, pero no soñaba que soñaba sino que envejecía, ante la mirada entre risueña y perpleja de esa que fui o soy o quiero ser; es decir, yo misma, aún joven. La que miraba, me veía y la que soñaba, sentía. Sentía el temblor de la vejez, y un corazón cansado. Volví del sueño como quien resucita, inspiré profundo para encontrarme de nuevo con la vida.

Mi sueño comprende a Lacan, bastante mejor de lo que puedo yo, explicar sus experimentos.

Por otro lado resulta evidente: el inconsciente, es el Otro.

De mi abuelo materno, tengo un solo recuerdo: abría su valija después de un viaje y sacaba de ella mi regalo: un vestido blanco, con frutas de colores y vuelitos en las mangas. No recuerdo el momento que por lógica le sigue a éste, el momento en que gira sobre su izquierda y me lo entrega. Lo propio del recuerdo, es la fugacidad.

Lo aislado y evanescente de esta escena, me hace pensar que la memoria se asienta sobre la realidad material, o así parece. Un objeto es siempre polizón del pasado.

Amar, no es mirarse tiernamente a los ojos, es mirar juntos en una misma dirección“. Eso recuerda mi madre, que el decía. No se si mi abuelo estaba en lo cierto o estaba equivocado, solo siento – como Kundera – que el amor no puede ser otra cosa que una continua interrogación.

Sé que cuando amé, supe o sentí que no necesitaba explicarme. Las palabras, me eran innecesarias. Podía permanecer ahí, al lado de ese hombre, sin necesidad de decir nada. Lacan me recuerda que en vano sufrí: “la estricta equivalencia entre objeto e ideal del yo en la relación amorosa, es una de las nociones más fundamentales de la obra de Freud. En la carga amorosa el objeto amado equivale, estrictamente, debido a la captación del sujeto que opera, al ideal del yo.”

Captar, dice el diccionario, es percibir con los sentidos lo que sucede alrededor.

Lacan y Freud hablan sobre narcisismo, yo prefiero hablar del amor. Yo quiero hablar de amor, como de amor hablan los poetas, pero la belleza del amor, no está en otro lado sino en su bondad. Es decir, en lo que es, y no en su ilusión de ser. Lo cierto es que para poder vivirlo es preciso teorizarlo un poco.

La noción de narcisismo tal como la trabaja Lacan en este primer seminario, da lugar a dos grandes temas. Por un lado, la constitución psíquica en sí misma y por otro lado, al amor en tanto fenómeno imaginario.

Si tuviera que nominarme de algún modo, preferiría el minimalismo al coleccionismo. Sin embargo, siempre coleccioné alguna cosa: hojitas de carta, estampitas de comunión, envoltorios de chocolates, llaveritos, números de patentes, siglas, documentos, citas y bueno… sacrificios. Me doy cuenta, mientras escribo, que lo que no me gusta es la palabra misma “coleccionar”. Ahora reúno definiciones sobre el amor, y aunque me queje de mí, este hábito, resulta funcional a este escrito y a mi profesión.

Entre mis definiciones reunidas, es ésta la más triste: “El amor es un fenómeno que ocurre a nivel de lo imaginario y que provoca una verdadera subducción de lo simbólico, algo así como una anulación, una perturbación de la función del ideal del yo“. ¿Quién quiere una definición como esta pudiendo, por ejemplo, definir al amor como un compromiso con la eternidad*? No es acaso la mejor de las esperanzas el confiar en que – como escribe Paul Auster – solo el amor, puede detener la caída de un hombre?

Lacan va desarrollando su experimento del ramillete y a medida que se va por las ramas, nos va alejando de su punto, el punto al que quiere llegar. Hypolitte, alumno aplicado del seminario, le pone un poco de presión, lo apura un poco. Le dice algo así como “Si si, todo muy lindo, pero adonde vamos?” Su interrogante, es muy concreto. “¿Cuál es el juego de correspondencias entre el objeto real, las flores, la imagen real, la imagen virtual, el ojo real y el ojo virtual? Comencemos por el objeto real: ¿qué representan para usted las flores reales? Le exige claridad, alguien tenía que hacerlo.

Lacan responde lo siguiente: “Para fijar las ideas, podemos dar a la imagen real, cuya función es la de contener y al mismo tiempo, excluir cierto número de objetos reales, la significación de los límites del yo. Pero, si ustedes dan determinada función a un elemento del modelo tal otro asumirá entonces necesariamente tal otra función. Aquí no se trata más que del uso de relaciones“. Y agrega: “Ya que usted fue quien tuvo la amabilidad de acosarme hoy, no veo por qué no comenzar recordando el tema hegeliano fundamental: el deseo del hombre es el deseo del otro“.

Hypolitte se toma también el trabajo de practicar él mismo el experimento, de ponerlo a prueba para poder comprender. También yo quiero hacerlo. Quizás en París se consigan espejos cóncavos así como así, lo que es aquí y ahora, si buscamos “Espejos cóncavos” en Mercado Libre, lo que encontramos es un Long Play del año 83, de Roberto Carlos, llamado “Cóncavo y convexo”. Si nos dejamos llevar por la curiosidad, encontramos la canción del mismo nombre que dice así: “cada parte de ti, tiene forma ideal y si estas junto a mí coincidencia total de cóncavo y convexo, así es nuestro amor… en el sexo“. Esta explicitación es medio graciosa, pero está bastante bien; sabemos que el inconsciente desmiente la biología, así como el viento desmiente la ausencia… Sobre este último punto, bien valdría escribir miles de páginas vacías.

Entre inseguro y culposo Lacan se explica. Explica las razones por las que dice las cosas de una determinada manera, y no de otra. Quizás es un estratega, no olvidemos que no deja de llamar sesiones a sus clases. Todo puede ser. No por nada, es justo en este capítulo que se desdobla para hablar de sí mismo. “Volvemos a encontrar también aquí el clásico estadio del espejo de Jacques Lacan”.

Es así, en boca de otro, nadie se pertenece.

Ahí donde el lenguaje solo acierta deviniendo poesía, Lacan falla como teórico. No obstante, sus intentos son tan válidos como ineludibles, no por confusos menos necesarios.

No voy a claudicar en el intento de comprender cabalmente el experimento del ramillete, pienso que Lacan no se equivoca al emplearlo, sino que no es claro al explicarlo. Me parece que peca de ansioso. Va de a partes, y no es sencillo vislumbrar el final. Nos dice: “Aún no les he enseñado porqué el analista se encuentra en el lugar de la imagen virtual. El día que hayan comprendido porqué el analista se encuentra allí, habrán comprendido casi todo lo que ocurre en el análisis“.

*Vergilio Ferreira

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